Jesús: ¿Hombre o Dios?

Las Escrituras dicen: “Jesús crecía en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres, sumiso y obediente a sus padres, hasta que empezó con su Doctrina”.

Podría surgir la pregunta: ¿Cómo podía Jesús, el eterno Ser divino, crecer en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres, siendo Él Dios desde todas las eternidades?

¿Y, además, ante los hombres?

Para entender estas relaciones correctamente es preciso que a Jesús no se le considere como al Dios único de por sí perfecto sino como a un hombre en quien la eterna Divinidad se encarnó manteniéndose aparentemente inactiva, de naturaleza parecida a la de todo hombre en el que el espíritu está encarnado.

Y todo lo que cada hombre tiene que hacer, según el Orden divino, para librar al espíritu dentro de sí, todo lo tuvo que hacer también el hombre Jesús para liberar a la Divinidad en Él y para volverse uno con ella.

Cada hombre ha de tener en sí ciertas flaquezas que son las ataduras del espíritu, ataduras que mantienen el espíritu sujeto como si se encontrase en una cápsula firme.

Sólo cuando el alma, que está mezclada con la carne, por medio de una adecuada abnegación se ha fortificado de tal manera que es capaz de acoger al espíritu liberado y mantenerlo con ella, sólo entonces las ataduras del espíritu pueden ser suprimidas.

De ahí resulta que únicamente mediante diversas tentaciones el hombre puede volverse consciente de sus flaquezas y darse cuenta dónde y cómo está todavía atado su espíritu.

Si luego el hombre renuncia precisamente a estos puntos con todo su corazón, entonces suelta las ataduras del espíritu y en la misma medida fortifica el alma.

Una vez fortificada el alma con todas las antiguas ataduras del espíritu, este fluirá libremente en ella y así alcanza toda la celestial plenipotencia del espíritu, volviéndose eternamente uno con él.

Es precisamente desprendiéndose de una atadura tras otra como el alma crece en fuerza espiritual, es decir, en Gracia y sabiduría.

La Gracia es la eterna Luz del Amor que ilumina todas las infinitas e incontables cosas, sus relaciones y sus caminos, y la sabiduría es la visión clara del eterno Orden divino en sí.

Así es tratándose de hombres, y las mismas relaciones se aplicaron también al hombre divino Jesús.

Su alma era parecida a la de cualquier hombre, pero afectada de tantas más flaquezas cuanto que allí se trataba del todopoderoso Espíritu divino mismo que tenía que ponerse ataduras extremadamente fuertes que permitieran mantenerle atado a su alma.

Por eso el alma de Jesús tuvo que pasar por las mayores tentaciones, renunciando a sí mismo, para desprender de Dios las ataduras de su Espíritu. Y, fortificándose con ellas, el alma de Jesús se preparaba para la recepción de su infinitamente libre Espíritu de Dios y para volverse así completamente uno con Él.

A eso es a lo que se refería: «El alma de Jesús crecía en Gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres..»., y eso en la medida en que el Espíritu de Dios se unía sucesivamente con el alma de Jesús, que de por sí ya fue divina y que, en el sentido propio, fue el Hijo.

Fuente: Infancia de Jesús, capítulo 299.